Wednesday, April 11, 2007

Otra historia...

Llevaban dias (¿ó semanas?) recorriendo la monótona carretera. Toda igual. Sin contratiempos. Sin emoción alguna. Nada que contar. Vista monocromática, ahora árboles, ahora valles. Los Platters en el tocacintas.

El viejo ford devoraba millas a una velocidad constante. Las únicas paradas eran para recargar combustible y para hacerse de algún refrigerio. Intercambiaban turnos al volante mientras el otro descansaba en la amplia parte trasera del automotor.

No sabían en donde se encontraban, ni que orientación llevaban. La vieja brújula que llevaban se había descompuesto millas atrás.

En algún momento que no era muy preciso el ford había comenzado a hacer un ruido cuando doblaban en curvas pronunciadas. La dirección se endurecía significativamente. En poco tiempo sería imposible virar.

Aunado a esto, el combustible se terminaba y no había señales de vida en el horizonte. Tuvieron que detenerse. Ni un solo auto en esos parajes. Nada. Después de varias horas plantearon la idea de que uno caminara hasta encontrar una estación de servicio. Lo dejaron a la suerte. Uno de ellos caminaría con un envase en donde depositar la gasolina suficiente para regresar y suministrar el líquido en el auto y así alcanzar la estación y rellenar el tanque.

Sin mas se separaron. A decir por lo que se veía no había nada cercano. La caminata sería larga pero alguien tenía que hacerlo. Habían acordado que si después de dos dias no regresaba el que esperaba emprendería el mismo camino.

En la soledad el tiempo transcurre lentamente.

Pasó un día y el encargado del combustible no aparecía. El paciente se debatia en si ir en su busqueda o no. El pacto eran dos dias. La primera noche fue espantosa. El viaje no estaba planeado para hacer escalas de mas de 30 minutos. No llevaban cobertores ni nada con que refugiarse del frío. Decidió que a la mañana del segundo día iría en busca de su compañero. El momento llegó. Se equip con dos botellas de agua que había robado en una tienda en medio de la nada, además de 3 emparedados de mantequilla de cacahuate, las últimas provisiones.

Caminó a un costado de la carretera con la falsa esperanza de que algún viajante pasara y lo llevara al pueblo más cercano donde seguramente encontraría a su compañero. Caminó durante horas acompañado del silencio del bosque. Era como un mal sueño. Caminó hasta extenuarse. Decidió tomar una siesta al costado del camino. Uso su mochila a manera de almohada y durmió durante horas. Era la siesta más larga en dias. Cuando despertó continuó caminando. Amanecía. Un día de camino y no había señales de nada. Se preguntaba si su compañero se había desviado en alguna vereda que se internaba en el apabullante bosque.

Dos dias. Algo iba mal. Por fin, a la mañana del tercer día vió a lo lejos algunas casas amontonadas a un costado del camino. Conforme se acercaba el sentimiento de soledad se hacía más intenso. A estas alturas se encontraba completamente extenuado. En el pueblo no había nada ni nadie. Esperaba ver algún cowboy montado en su caballo, con un gran poncho y claro su rifle a la mano.

Después de horas de recorrer el pueblo sin encontrar señales de vida escuchó el ladrido de un perro. Eran ladridos intermitentes. Trataba de guiarse por el sonido de los ladridos en la oscura noche. Los ladridos lo llevaron a una construcción habitacional. Encontró al perro, al cual le faltaba una pata, la delantera izquierda. El animal olfateaba el piso de madera podrida que había en la casa sin siquiera inmutarse del visitante. La inquietud del perro era singular. El animal había comenzado a mordisquear alrededor de un agujero que se había hecho en el piso por la humedad. Todo esto mientras el viajero observaba con una curiosidad casi morbosa. ¿Qué buscaba el animal?, ¿qué había oculto en ese lugar?.

Depués de varios minutos de observar la insistencia del perro decidió ayudarle a descubrir el tesoro. Buscó dentro y en las inmediaciones de la casa algo que le facilitara levantar la madera del piso. Increíblemente encontro un pico en lo que era la cocina. Con un par de golpes la madera cedió y dejó al descubierto un saco cubierto por la tierra. El perro observaba pacientemente a un lado. Con mucho trabajo pudo arrastrar el saco fuera del agujero. El perro mordisqueaba sin piedad. Con su navaja realizó un corte en la parte superior del saco, un olor fétido inundó el cuarto e inmediatamente el perro se introdujo en la gran bolsa y después de husmear un rato salió con algo en el hocico. Era una cartera. Después de forcejar con el animal se pudo hacer de la cartera. Era la cartera de su acompañante. El sudor frió recorrió su cuerpo y decidió vaciar el costal. Después de un gran esfuerzo logró sacar el contenido del mismo. Las moscas se comenzaban a arremolinar a su alrededor ennegreciendo lo que había sacado. Su sorpresa fué grande cuando reconoció el golpeado reloj de su compañero en uno de los brazos mutilados. Brazos, piernas y el torso desmembrado eran su recompensa, no estaba la cabeza.

Como pudo salió de la casa. El perro le seguía los pasos...

1 comment:

KeepGrooving said...

Pense que llegaría a un burdel y se la pasaría poca madre y en ese lugar se econtraría a su amigo