A Jesús Quintana había dos cosas que le excitaban: las menores de edad y el boliche.
Jesús era el hijo de dos inmigrantes asentados en Oklahoma. Su padre era italiano oriundo del Piamonte. Un hombre recio acostumbrado al trabajo rudo. Su madre, una venezolana que había viajado a los Estados Unidos en busca de fortuna y lo único que había encontrado era al piamontés de buenos modales. Su acento y formas la habían cautivado. Del "tano" no había mucho que decir, un hombre de pocas palabras pero trabajador y educado.
Una vez establecidos en la antigua ciudad cherokee decidieron tener una familia. Tuvieron tres hijos: Salvador, María y Jesús. Jesús el menor de los tres.
Desde pequeño le costaba concentrar su atención. De los colegios había sido expulsado al menos tres veces. El sueldo que su padre obtenía en la granja no era suficiente para mantener sus expulsiones y constantes líos con la ley, así que decidieron que la instrucción escolar no era lo suyo. A los 15 años Jesús se encontraba en las calles de Oklahoma City donde no había mucha diversión: un poco de hierba aqui, prostitutas allá, pero nada fuera de lo ordinario. A su corta edad ya había sido fichado por robo y posesión de cannabis.
Jesús decidió que su vida no estaba en medio del desierto rodeado de granjeros y rednecks. En una revista pornográfica había visto las playas de lo que el se imaginaba como California. Decidió mudarse a San Francisco en busca de una vida más excitante. Fué en este momento que decidió cambiar el Palavaccini paterno por el Quintana materno, pensando en que podía esquivar a la ley con su cambio de nombre.
Ya establecido en la bahía y durmiendo en las calles conoció a un dealer que se ganaba la vida vendiendo heroína a los estudiantes de Berkley. Jesús ayudaba a Nick en su tarea de entregar la mercancía. Sabía escabullirse.
En una ocasión un cliente había pedido que se entregara la droga en un boliche. Fué ahí cuando Jesús descubrió el deporte de los pinos. A partir de ese momento visitaba el boliche diariamente, casi de una manera religiosa. Se sentaba en una mesa vacía y miraba la bola derribar los pinos. Estudiaba las técnicas de los jugadores y como a cualquiera, le apasionaban las chuzas. Empezó a conocer a la camarilla de jugadores empedernidos que frecuentaban el lugar. Desempleados, veteranos de guerra, buenos para nada, familias enteras. Con el dinero que ahorraba y robaba de sus entregas empezó a jugar. Tenía un talento natural, a los pocos meses se había situado entre los mejores jugadores del recinto. Ganaba partidas donde se apostaban desde 5 dólares hasta 50. Jesús ganaba todas.
Al cabo de varios años "Da Jesus", como le habían apodado en el boliche por aquello de tener un juego divino, fué que Jesús entró en contacto, en un torneo vecinal, con una chica de 15 años. Deborah. Hija de un fabricante de plástico y heredera de una fortuna. Chica interesada en el rock sobre todas las cosas, a sus 15 años asistía al colegio aún. Desde el primer momento en que "Da Jesus" la miró no pudo dejar de imaginarsela desnuda en su vieja y maloliente cama del cuartucho de hotel que rentaba cerca de la marina. Le excitaban sus apenas formadas curvas. "Da Jesus" se dió cuenta que ninguna otra mujer desataba tal torrente de sensaciones, vamos ni siquiera cuando ojeaba las revistas de desnudos tumbado en su cuarto lograba tal excitación. Así como a Deborah "Da Jesus" empezó a mirar a otras chicas, todas ellas menores de edad. Incluso había algunas niñas que asistían a la elemental que le arrancaban suspiros.
Cuando "Da Jesus" se presentó en Sausalito a la casa de Deborah con un ramo de rosas en una mano y una caja de chocolates en la otra fué recibido por el magnate del polietileno. Grande fué la sorpresa de este cuando Jesús le informó que la razón de su presencia era para declarar su amor por Deborah. El magnate propinó un derechazo en la aguileña nariz de Jesús que empezó a sangrar a borbotones. El padre de familia corrió de su casa a Jesús y lo amenazó con denunciarlo a las autoridades si lo veía en el vecindario una vez más. "Da Jesus" obtendría su venganza cuando la semana siguiente eliminara al equipo del hombre de plástico en el torneo de bolos.
Para satisfacer sus necesidades sexuales, Jesús empezó a pagar los servicios de mujercitas menores de edad que se dedicaban a vender sus apenas desarrollados cuerpos al mejor postor.
Para sufragar sus gastos, Jesús se había conseguido un trabajo de cocinero en una fonda italiana. Había engañado al dueño haciendole creer que era un inmigrante italiano experto en platillos piamontescos. Daba el tipo.
"Da Jesus" era invencible en los bolos. Doble campeón del torneo estatal en 1983 y '84. Conservaba su trofeo en una desvencijada repisa junto a la cocina. ¿Quién iba a decirlo? Jesús Quintana, pederasta y camello reconocido, era el campeón de bolos de California. Alguien le había sugerido que se inscribiera en los Olímpicos aprovechando que los bolos habían sido aprobados por el Comité Olímpico para ser una disciplina de demostración junto con el Tae-kwon-do. Claro que a Jesús no le pareció buena idea cuando le informaron que se tenía que hacer unos exámenes para verificar que no hubiese sustancias ilegales habitando su sangre.
Después de los Olímpicos y su gran decepción por no poder participar "Da Jesus" comenzó a perder algunas partidas con rivales a los cuales había vencido cientos de veces. Por ende sus ingresos se veían mermados, pero aún conservaba ciertos ahorros que utilizaba para pagar los servicios de una chica de 14 años que le visitaba constantemente con la ilusión de que le regalara un pinchazo. Era una adicta empedernida. Las visitas de la chiquilla a la cocina del restaurante eran cada vez mas constantes y evidentes. La imagen de una yonqui con cara de niña y un treintón ahuyentaban a la clientela. El dueño se vio obligado a correr a Jesús, no sin pesar pues sus platillos "piamontescos" eran los más socorridos en el lugar.
Sin trabajo regular y la venta de heroina a la baja (la coca la había desplazado del gusto de los consumidores) Jesús estaba en problemas. Comezó a robar. Lo único que lo mantenía vivo eran las visitas de la catorceañera. Claro que esta dejó de visitarle cuando a Jesús no le quedaba ni un pinchazo. Fue entonces cuando Jesús herido en el poco amor propio que le quedaba la buscó. Se había enamorado de ella. Decidió irle a buscar y encontrarla a como diera lugar para declarle su amor y ofrecerle hacer una vida juntos.
Una oscura noche lluviosa en la bahía y después de varias dias de búsqueda Jesús encontró a Mickey, así se hacía llamar la chica. Claro que no estaba sóla. Mickey estaba siendo jaloneada por un negro inmenso que a presumir por lo que le decía era su alcahuete. Raudo y veloz Jesús se aproximó al lugar de la trifulca que ya estaba subiendo de tono. El negro golpeaba sin piedad a la pequeña. Jesús solo atinó a decir "Eh, déjala!". El negro no reparó en él y continuó castigando despiadadamente a Mickey. Jesús como pudo se metió entre ambos cuerpos sólo para ser golpeado por la manaza derecha del alcahuete. Este golpe lo rompió la nariz. El negro le advirtió: "Este no es tu asunto blanquito, alejate antes de que me ponga medieval contigo". Mickey lloraba. Jesús intentó colgarsele del cuello al negro que con un giro depositó a Jesús en el piso mojado. Sin más el negro sacó un revolver de uno de los bolsillo de su cazadora y con las palabras de "Te lo dije blanquito" haló el gatillo un par de veces.
El cuerpo de Jesús "Da Jesus" Quintana fué descubierto a la mañana siguiente por la policía de San Francisco. No cargaba identificación y sólo gracias a un policía aficionado a los bolos pudo ser identificado como el doblemente campeón de bolos estatal.
*Jesús Quintana aparece en la película The Big Lebowski(1998) de los hermanos Coen.
Thursday, April 26, 2007
Wednesday, April 11, 2007
Otra historia...
Llevaban dias (¿ó semanas?) recorriendo la monótona carretera. Toda igual. Sin contratiempos. Sin emoción alguna. Nada que contar. Vista monocromática, ahora árboles, ahora valles. Los Platters en el tocacintas.
El viejo ford devoraba millas a una velocidad constante. Las únicas paradas eran para recargar combustible y para hacerse de algún refrigerio. Intercambiaban turnos al volante mientras el otro descansaba en la amplia parte trasera del automotor.
No sabían en donde se encontraban, ni que orientación llevaban. La vieja brújula que llevaban se había descompuesto millas atrás.
En algún momento que no era muy preciso el ford había comenzado a hacer un ruido cuando doblaban en curvas pronunciadas. La dirección se endurecía significativamente. En poco tiempo sería imposible virar.
Aunado a esto, el combustible se terminaba y no había señales de vida en el horizonte. Tuvieron que detenerse. Ni un solo auto en esos parajes. Nada. Después de varias horas plantearon la idea de que uno caminara hasta encontrar una estación de servicio. Lo dejaron a la suerte. Uno de ellos caminaría con un envase en donde depositar la gasolina suficiente para regresar y suministrar el líquido en el auto y así alcanzar la estación y rellenar el tanque.
Sin mas se separaron. A decir por lo que se veía no había nada cercano. La caminata sería larga pero alguien tenía que hacerlo. Habían acordado que si después de dos dias no regresaba el que esperaba emprendería el mismo camino.
En la soledad el tiempo transcurre lentamente.
Pasó un día y el encargado del combustible no aparecía. El paciente se debatia en si ir en su busqueda o no. El pacto eran dos dias. La primera noche fue espantosa. El viaje no estaba planeado para hacer escalas de mas de 30 minutos. No llevaban cobertores ni nada con que refugiarse del frío. Decidió que a la mañana del segundo día iría en busca de su compañero. El momento llegó. Se equip con dos botellas de agua que había robado en una tienda en medio de la nada, además de 3 emparedados de mantequilla de cacahuate, las últimas provisiones.
Caminó a un costado de la carretera con la falsa esperanza de que algún viajante pasara y lo llevara al pueblo más cercano donde seguramente encontraría a su compañero. Caminó durante horas acompañado del silencio del bosque. Era como un mal sueño. Caminó hasta extenuarse. Decidió tomar una siesta al costado del camino. Uso su mochila a manera de almohada y durmió durante horas. Era la siesta más larga en dias. Cuando despertó continuó caminando. Amanecía. Un día de camino y no había señales de nada. Se preguntaba si su compañero se había desviado en alguna vereda que se internaba en el apabullante bosque.
Dos dias. Algo iba mal. Por fin, a la mañana del tercer día vió a lo lejos algunas casas amontonadas a un costado del camino. Conforme se acercaba el sentimiento de soledad se hacía más intenso. A estas alturas se encontraba completamente extenuado. En el pueblo no había nada ni nadie. Esperaba ver algún cowboy montado en su caballo, con un gran poncho y claro su rifle a la mano.
Después de horas de recorrer el pueblo sin encontrar señales de vida escuchó el ladrido de un perro. Eran ladridos intermitentes. Trataba de guiarse por el sonido de los ladridos en la oscura noche. Los ladridos lo llevaron a una construcción habitacional. Encontró al perro, al cual le faltaba una pata, la delantera izquierda. El animal olfateaba el piso de madera podrida que había en la casa sin siquiera inmutarse del visitante. La inquietud del perro era singular. El animal había comenzado a mordisquear alrededor de un agujero que se había hecho en el piso por la humedad. Todo esto mientras el viajero observaba con una curiosidad casi morbosa. ¿Qué buscaba el animal?, ¿qué había oculto en ese lugar?.
Depués de varios minutos de observar la insistencia del perro decidió ayudarle a descubrir el tesoro. Buscó dentro y en las inmediaciones de la casa algo que le facilitara levantar la madera del piso. Increíblemente encontro un pico en lo que era la cocina. Con un par de golpes la madera cedió y dejó al descubierto un saco cubierto por la tierra. El perro observaba pacientemente a un lado. Con mucho trabajo pudo arrastrar el saco fuera del agujero. El perro mordisqueaba sin piedad. Con su navaja realizó un corte en la parte superior del saco, un olor fétido inundó el cuarto e inmediatamente el perro se introdujo en la gran bolsa y después de husmear un rato salió con algo en el hocico. Era una cartera. Después de forcejar con el animal se pudo hacer de la cartera. Era la cartera de su acompañante. El sudor frió recorrió su cuerpo y decidió vaciar el costal. Después de un gran esfuerzo logró sacar el contenido del mismo. Las moscas se comenzaban a arremolinar a su alrededor ennegreciendo lo que había sacado. Su sorpresa fué grande cuando reconoció el golpeado reloj de su compañero en uno de los brazos mutilados. Brazos, piernas y el torso desmembrado eran su recompensa, no estaba la cabeza.
Como pudo salió de la casa. El perro le seguía los pasos...
El viejo ford devoraba millas a una velocidad constante. Las únicas paradas eran para recargar combustible y para hacerse de algún refrigerio. Intercambiaban turnos al volante mientras el otro descansaba en la amplia parte trasera del automotor.
No sabían en donde se encontraban, ni que orientación llevaban. La vieja brújula que llevaban se había descompuesto millas atrás.
En algún momento que no era muy preciso el ford había comenzado a hacer un ruido cuando doblaban en curvas pronunciadas. La dirección se endurecía significativamente. En poco tiempo sería imposible virar.
Aunado a esto, el combustible se terminaba y no había señales de vida en el horizonte. Tuvieron que detenerse. Ni un solo auto en esos parajes. Nada. Después de varias horas plantearon la idea de que uno caminara hasta encontrar una estación de servicio. Lo dejaron a la suerte. Uno de ellos caminaría con un envase en donde depositar la gasolina suficiente para regresar y suministrar el líquido en el auto y así alcanzar la estación y rellenar el tanque.
Sin mas se separaron. A decir por lo que se veía no había nada cercano. La caminata sería larga pero alguien tenía que hacerlo. Habían acordado que si después de dos dias no regresaba el que esperaba emprendería el mismo camino.
En la soledad el tiempo transcurre lentamente.
Pasó un día y el encargado del combustible no aparecía. El paciente se debatia en si ir en su busqueda o no. El pacto eran dos dias. La primera noche fue espantosa. El viaje no estaba planeado para hacer escalas de mas de 30 minutos. No llevaban cobertores ni nada con que refugiarse del frío. Decidió que a la mañana del segundo día iría en busca de su compañero. El momento llegó. Se equip con dos botellas de agua que había robado en una tienda en medio de la nada, además de 3 emparedados de mantequilla de cacahuate, las últimas provisiones.
Caminó a un costado de la carretera con la falsa esperanza de que algún viajante pasara y lo llevara al pueblo más cercano donde seguramente encontraría a su compañero. Caminó durante horas acompañado del silencio del bosque. Era como un mal sueño. Caminó hasta extenuarse. Decidió tomar una siesta al costado del camino. Uso su mochila a manera de almohada y durmió durante horas. Era la siesta más larga en dias. Cuando despertó continuó caminando. Amanecía. Un día de camino y no había señales de nada. Se preguntaba si su compañero se había desviado en alguna vereda que se internaba en el apabullante bosque.
Dos dias. Algo iba mal. Por fin, a la mañana del tercer día vió a lo lejos algunas casas amontonadas a un costado del camino. Conforme se acercaba el sentimiento de soledad se hacía más intenso. A estas alturas se encontraba completamente extenuado. En el pueblo no había nada ni nadie. Esperaba ver algún cowboy montado en su caballo, con un gran poncho y claro su rifle a la mano.
Después de horas de recorrer el pueblo sin encontrar señales de vida escuchó el ladrido de un perro. Eran ladridos intermitentes. Trataba de guiarse por el sonido de los ladridos en la oscura noche. Los ladridos lo llevaron a una construcción habitacional. Encontró al perro, al cual le faltaba una pata, la delantera izquierda. El animal olfateaba el piso de madera podrida que había en la casa sin siquiera inmutarse del visitante. La inquietud del perro era singular. El animal había comenzado a mordisquear alrededor de un agujero que se había hecho en el piso por la humedad. Todo esto mientras el viajero observaba con una curiosidad casi morbosa. ¿Qué buscaba el animal?, ¿qué había oculto en ese lugar?.
Depués de varios minutos de observar la insistencia del perro decidió ayudarle a descubrir el tesoro. Buscó dentro y en las inmediaciones de la casa algo que le facilitara levantar la madera del piso. Increíblemente encontro un pico en lo que era la cocina. Con un par de golpes la madera cedió y dejó al descubierto un saco cubierto por la tierra. El perro observaba pacientemente a un lado. Con mucho trabajo pudo arrastrar el saco fuera del agujero. El perro mordisqueaba sin piedad. Con su navaja realizó un corte en la parte superior del saco, un olor fétido inundó el cuarto e inmediatamente el perro se introdujo en la gran bolsa y después de husmear un rato salió con algo en el hocico. Era una cartera. Después de forcejar con el animal se pudo hacer de la cartera. Era la cartera de su acompañante. El sudor frió recorrió su cuerpo y decidió vaciar el costal. Después de un gran esfuerzo logró sacar el contenido del mismo. Las moscas se comenzaban a arremolinar a su alrededor ennegreciendo lo que había sacado. Su sorpresa fué grande cuando reconoció el golpeado reloj de su compañero en uno de los brazos mutilados. Brazos, piernas y el torso desmembrado eran su recompensa, no estaba la cabeza.
Como pudo salió de la casa. El perro le seguía los pasos...
Monday, April 02, 2007
Bar Milán... una reseña.
Seguramente con esta reseña me ganaré algunos enemigos, pues se que el Bar Milán es uno de los lugares consentidos por la perrada... digo por los rockeros de corazón. Es por muchos considerado un lugar mítico en la vida nocturna rockera de la capirucha. En mi humilde opinión, del Milán no queda ni la sombra de lo que llegó a ser...
El viernes, y por una cuestión meramente circunstancial y de tintes morbosos regresé al inmueble de Versalles en la Colonia Juarez que, si no me equivoco, por más de dos décadas ha sido conocido como el Bar Milán...
Recuerdo en mis años mozos visitar asiduamente este recinto que fue de los primeros lugares donde no existía un código de vestimenta, era barato y podías escuchar la música que estaba de moda (Caifanes, Los Cadillacs, Bon y Los Enemigos..., Kenny y sus Eléctricos...). Recuerdo haber pasado noches inolvidables al son de La Negra Tomasa, Me Quieres Cotorrear y demás himnos del rock ochentero.
En fin, queda claro que el Milán tenía su encanto...
Lo único que queda intacto del lugar es el sistema de cobro. Sí, en el Milán se acostumbra cambiar tu efectivo por papel moneda exclusivo del lugar. En las barras no se acepta efectivo y solo aceptan "panchólares" que te intercambian en un extremo del lugar, en una caja que se encuentra justo a un costado del acceso a los baños. La verdad es que nunca me ha quedado claro que beneficios obtienen los dueños del lugar (creo el lugar sigue siendo propiedad de conocido actor mexicano) utilizando este trueque, por que creanme, nosotros los comenzales encontramos esta fórmula mas bien engorrosa. Jeje, recuerdo que el Foro Ideal funcionaba igual.
Bueno, una vez explicado el sistema de cobro les he de explicar que si el lugar se encuentra abarrotado (como seguramente sucede cada viernes) se vuelve en un calvario desplazarse entre la gente. Generalmente en el lugar no cabe ni un alfiler. La banda se arremolina alrededor de las barras y los pasillos están tan llenos que el trayecto de una de las barras al baño se puede convertir en un safari de 15 minutos.
Bueno, ya que has conseguido una cerveza pues te dispones a disfrutarla no?. El problema ahora es encontrar un resquicio donde poder disfrutar del lugar, disfrutar de la música, platicar con tus acompañantes o simplemente tomarla con tranquilidad. Cualquiera de las posibilidades anteriores es imposible por la cantidad de gente.
El asistente promedio se encuentra en un frenesí que siempre, siempre desde tiempos inmemorables es acompañado a ritmo de cualquier canción de los Cadillacs. Si "Los Fábulosos Cadillacs", nunca estuve tan seguro que fueran fábulosos pero evidentmente me equivocaba, estos amigos deben ser más populares que los Bitles, al menos dentro del Milán. Los comenzales esperan ese momento en la noche para gritar a todo pulmón "matador te están matando!".(Creo que "Matador" es como el "Hotel California", es decir, tal vez la canción era buena pero después de escucharla chingomil veces la canción se ha vuelto extremadamente aburrida. )
La música en el Milán sigue siendo la misma que hace 5 años? 10 años?. Claro, eventualmente ponen a los Strokes o cualquiera de esas banditas "punks" que tanto revuelo causan entre la perrada, digo, entre los rockeros.
Después de una cerveza y tres canciones, y dependiendo de tu ubicación, es probable que ya no estés hablando con tus acompañantes y te encuentres volteando hacia todos lados para prevenir el empellón que se avecina. Y sí, todo esto acompañado por visiones de parroquianos bailando y cantando a ritmo, desde luego, de los Cadillacs!.
Si, ya sé, me he vuelto viejo e intolerante, pero vamos, creo que el Milán con toda su historia nos podría entregar un mejor producto ¿no creen?. Mis recomendaciones para el señor Jimenez Cacho o quien quiera que sea el dueño:
El viernes, y por una cuestión meramente circunstancial y de tintes morbosos regresé al inmueble de Versalles en la Colonia Juarez que, si no me equivoco, por más de dos décadas ha sido conocido como el Bar Milán...
Recuerdo en mis años mozos visitar asiduamente este recinto que fue de los primeros lugares donde no existía un código de vestimenta, era barato y podías escuchar la música que estaba de moda (Caifanes, Los Cadillacs, Bon y Los Enemigos..., Kenny y sus Eléctricos...). Recuerdo haber pasado noches inolvidables al son de La Negra Tomasa, Me Quieres Cotorrear y demás himnos del rock ochentero.
En fin, queda claro que el Milán tenía su encanto...
Lo único que queda intacto del lugar es el sistema de cobro. Sí, en el Milán se acostumbra cambiar tu efectivo por papel moneda exclusivo del lugar. En las barras no se acepta efectivo y solo aceptan "panchólares" que te intercambian en un extremo del lugar, en una caja que se encuentra justo a un costado del acceso a los baños. La verdad es que nunca me ha quedado claro que beneficios obtienen los dueños del lugar (creo el lugar sigue siendo propiedad de conocido actor mexicano) utilizando este trueque, por que creanme, nosotros los comenzales encontramos esta fórmula mas bien engorrosa. Jeje, recuerdo que el Foro Ideal funcionaba igual.
Bueno, una vez explicado el sistema de cobro les he de explicar que si el lugar se encuentra abarrotado (como seguramente sucede cada viernes) se vuelve en un calvario desplazarse entre la gente. Generalmente en el lugar no cabe ni un alfiler. La banda se arremolina alrededor de las barras y los pasillos están tan llenos que el trayecto de una de las barras al baño se puede convertir en un safari de 15 minutos.
Bueno, ya que has conseguido una cerveza pues te dispones a disfrutarla no?. El problema ahora es encontrar un resquicio donde poder disfrutar del lugar, disfrutar de la música, platicar con tus acompañantes o simplemente tomarla con tranquilidad. Cualquiera de las posibilidades anteriores es imposible por la cantidad de gente.
El asistente promedio se encuentra en un frenesí que siempre, siempre desde tiempos inmemorables es acompañado a ritmo de cualquier canción de los Cadillacs. Si "Los Fábulosos Cadillacs", nunca estuve tan seguro que fueran fábulosos pero evidentmente me equivocaba, estos amigos deben ser más populares que los Bitles, al menos dentro del Milán. Los comenzales esperan ese momento en la noche para gritar a todo pulmón "matador te están matando!".(Creo que "Matador" es como el "Hotel California", es decir, tal vez la canción era buena pero después de escucharla chingomil veces la canción se ha vuelto extremadamente aburrida. )
La música en el Milán sigue siendo la misma que hace 5 años? 10 años?. Claro, eventualmente ponen a los Strokes o cualquiera de esas banditas "punks" que tanto revuelo causan entre la perrada, digo, entre los rockeros.
Después de una cerveza y tres canciones, y dependiendo de tu ubicación, es probable que ya no estés hablando con tus acompañantes y te encuentres volteando hacia todos lados para prevenir el empellón que se avecina. Y sí, todo esto acompañado por visiones de parroquianos bailando y cantando a ritmo, desde luego, de los Cadillacs!.
Si, ya sé, me he vuelto viejo e intolerante, pero vamos, creo que el Milán con toda su historia nos podría entregar un mejor producto ¿no creen?. Mis recomendaciones para el señor Jimenez Cacho o quien quiera que sea el dueño:
- Cambien su sistema de cobro a menos que dicho sistema les signifique un revenue exponencial que sin él sea imposible obtener. Como dije, es engorroso.
- Cambien la selección musical. Me queda clarísimo que la gente va por la música (incluso interrogué a una chica el viernes que me confirmó que asistía al lugar por las finas piezas musicales seleccionadas por el pinchadiscos residente), pero creo que podrían arriesgar un poquito más y no ser tan timoratos ¿no?. Hagan una noche de los 80s y 90s donde se escuche solamente todo ese rock oriundo de esas decadas y dejen de chingarnos con los Cadillacs!!!!.
- Pidan identificación, entre los asistentes del viernes los menores de edad eran una constancia. No queremos que el futuro de México se encuentre en manos de fans de Saul Hernandez y Sabo Romo!.
Creo que siguiendo esas tres premisas uno se la puede pasar mejor en el lugar.
Repito, esto es mi opinión. Si tu amable lector eres fan de los Cadillacs y de La Célula que explota, no te ofendas, debes comprender que hay muchas mas cosas que escuchar y hay muchos mas foros que ponen esa música. Te recomiendo ir a cualquier establecimiento sobre insurgentes sur y ahí escucharás lo que quieres.
El Milán merece algo mejor.
Sunday, April 01, 2007
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